jueves, 8 de marzo de 2012

La estupidez (3)

Capitulo III


5. Ser a la altura de la inteligencia no obstante el «AS» de la estupidez




Es tentación de cada hombre reducirse a estúpido, porque la estupidez es apreciada y bien remunerada: si un «ingenio» «se porta bien», se hace digno de privilegios y premios. La estupidez autoritaria y corruptora ha ganado a costa de la corrupción de los poderes de que el hombre dispone: toda vez que esto sucede, y hoy es casi una endemia, otra energía espiritual se ha agotado, otra luz se ha apagado. En el cotejo con la estupidez, la inteligencia o se oscurece o resiste a cualquier costa; resistir cuesta mucho. Pero no importa el coste, cualquiera que sea: ser llamada, precisamente ella, impertinente y presuntuosa, pérfida y corruptora, y ni siquiera que el homo erectus sufra violencia y muerte.
ni importa que, resistiendo por el momento, no le amenace su seguridad y el avance galopante; lo que cuenta es que ella, con su sola presencia en posición erecta, «platónica», se ponga con su autoridad vilipendiada frente a la presuntuosidad autoritaria de la estupidez: su honor es testimoniar, deshonor de la estupidez triunfante; su eficacia es turbar, inquietar espiritualmente, sembrar fermentos, remordimientos, pesadumbres. La estupidez continuará su marcha y no desistirá mientras no haya oscurecido del todo a la inteligencia, a fin de que se haga completa estupidez, ya que sólo en la ausencia de los límites, insignificancia de todo, puede hacer aparecer significantísima e «histórica» cualquier trivialidad diaria y ascenderla a visión universal: «los hombres de mente corta», escribe Aristóteles, «de cada evento particular determinan máximas generales de vida». Pero la inteligencia, aun cuando conoce períodos de extenso oscurecimiento y la oscuridad es densa, tiene siempre un testimonio, y una nueva alba, largo y fatigoso parto de la noche, puede siempre despuntar: un faro da más luz que mil faroles ahumados. «¿Qué proporción hay de uno a mil? Y sin embargo, es proverbio vulgarizado que un solo hombre acecha por mil, donde mil no acechan por uno solo. Tal diferencia depende de las habilidades diversas de los intelectos, lo que yo reduzco a ser o no ser filósofo: puesto que la filosofía, como alimento propio de los que pueden nutrirse de ella, los separa, en efecto, del común ser del vulgo, en grado más o menos digno, habida cuenta de la variedad de tal nutrición. Quien mira más alto, se diferencia más altamente...» .


Hoy los medios de comunicación son rapidísimos y su radio de difusión abraza a la humanidad, progreso técnico que difícilmente la inteligencia llega a disfrutar y que es presa codiciada de la estupidez en nombre del «Nosotros». Y así ella, fuerte a costa de los medios y la organización espectacular de que dispone, lograra a costa del debilitamiento progresivo de las mentes y de la voluntad provocado por la confusa y convulsa vida moderna, es decir, por la estupidez misma, puede difundirse desmesuradamente y llegar a ser pavorosamente contagiosa, puede dirigir en la dirección que le conviene las cargas y las descargas de emotividad, las opiniones prefabricadas por ella misma y después hechas valer como «opinión públicas». Y asi la estupidez de una persona o de un grupo, si conviene ponerla en propaganda, puede llegar a ser estupidez permanente y casi constitucional de una sociedad o incluso de la humanidad; taras o enfermedades o anomalías o cualquier otra cosa de algunos individuos, si se difunden artificiosamente como exigen ciertos intereses, y dado el desorden mental y la carencia de la conciencia moral, pueden producir de golpe la provechosa e industrializada «imitación social» del vicio y de la anormalidad.

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Éstas son cartas de la estupidez, no su «as» —el jugado siempre por los tahúres de la historia, y el truco se logra, y ay de quien diga que la carta es falsa—; es otro de sus productos de lograda factura y, por lo demás, la estupidez no dispone de un espejuelo más eficaz. Y el as es éste: la felicidad del hombre, sólo cuestión de tiempo cada vez más progresivo, está en esta tierra, en este mundo, al alcance de la mano si se hace todavía un pequeño esfuerzo. Hoy, la humanidad es sin piedad y brutalmente bombardeada, puesta en continuo estado de guerra, que no se para en golpes, por este slogam confeccionado con los ingredientes que se añaden a nuestro tiempo, es decir, al presente momento histórico de la estupidez: cuanto más el dios Consumo, «hormonizado» por los potentísimos medios de comunicación de masas, se aparea orgiásticamente con la diosa Producción, «ovulizada» por la tecnología, más próximo está el siglo del hombre feliz a base de felicísima felicidad secularizada, igual a la cantidad ilimitada de productos, todos ellos artificiales y falsos, y a la avidez, estimulada sin descanso, de consumirlos. De aquí la «reducción» de todo a este tipo de felicidad, la única digna del hombre y que sólo puede asegurarle la potencia de la industria y de la técnica; el odio contra la naturaleza, su genuinidad y sus bellezas; contra todo principio o valor que no se deja falsear a escala industrial para copiosa producción y consumo de masas; el odio radical contra la inteligencia, esa resistente aguafiestas, que es orden y verdad, claridad y riqueza interior, autenticidad de sentimientos, dignidad y libertad; el odio contra la persona que no se deja anonadar en lo colectivo o en el conexivo social, «persuadida» de que es sólo para y en él; contra el pensamiento crítico y la fantasía creadora, demiurgos de la verdadera cultura, contra el buen sentido y también contra la ciencia si no es productiva y rentable y quiere «especular», si no se pone al servicio de la potencia económica, política y militar. Éste es el programa que la estupidez se propone realizar «científicamente», de modo que no sobreviva un solo «supersticioso» que pierda todavía el tiempo preguntándose cuál es el sentido de todo esto. Y ella, para lograr «reducir» a la humanidad a creer en este *optimum de felicidad», no dispone de otra vía que no sea la de oscurecer la inteligencia, adormecerla con medios violentos o más dulcemente, engañosa violencia, con el hipnótico del bienestar técnico-industrial, de la «socialidad» a nivel de «relaciones sociales», de «prestigio» medido por los consumos o de cuanto se puede tener de modo que el odio de todos contra todos y todo estalle en cadena por nada (niente), descarga en el vacio que hará que todo en este mundo esté bien.

6. La «Tentación» de la inteligencia y la necesidad del «Atravesamiento»

Pero es precisamente en este punto, cuando el baile de máscaras se hace frenético y el vacío de ser engulle y anonada, cuando la ohóotocoic. se «problematiza»: ¿hay que retirarse y dejar que la fiesta se consuma hasta las cenizas, o ponerse al descubierto?
La primera posibilidad es una tentación casi irresistible; elegirla es la caída, el oscurecimiento al revés de la inteligencia, pero con resultado idéntico: la duóotcíolc. se hace upóoonov de sí misma, desconoce el ser de quien se ha hecho mascara o estúpido, lo «reduce» a nada (niente), sigue el mismo método de la anonadación, se hace impía para el prevalecer de la egoidad por odio a la alteridad por amor. No tiene en cuenta, vencida por la soberbia y por la «devoción» a su pedestal, que la «masa» de las mascaras es tal por necesidad, que puede ser de orden vital e intelectual —miseria e ignorancia—, de orden moral, el embrutecimiento que de ello se sigue; en pocas palabras, la impiedad de quien la disfruta como masa en vez de «llamar por su nombre» a cada uno de los componentes, que es reconocerlos como personas o como el «otro» semejante que hay que respetar; llamados, se «componen» cada uno como ímóoraoic,. Además no tiene en cuenta que el disfrute, y con él el proceso de reducción a máscaras, se puede representar en un nuevo disfraz de la estupidez dirigente, autoritaria y más astutamente o intrigantemente humanitaria: satisfacer al más ximo las necesidades vitales, dar una apariencia de «saber», pero que sea de la misma calidad que el de la estupidez, reducir todos los valores a las «satisfacciones» que, puestas como fin último y saciada felicidad, produzcan el mismo embrutecimiento intelectual, sentimental y moral, la misma impiedad, con la variante de que, en el primer caso, ella era el fruto del sufrimiento desesperado y ahora lo es del placer a placer, pero, en el fondo, no menos desesperado. Y de esto y de otras cosas es responsable también la inteligencia por todas las veces que se ha «retirado» a gozar de su «beatería» impasible," y ésta ya no es inteligencia, sino estupidez togada y grave, que se opone a la opulenta y a la vez miserable: el fuego, perdidos el ser y los valores, crepita alimentado por la propia onóotcraic. que cada npóaamov le echa dentro.

Es de la esencia de la inteligencia ponerse al descubierto, ya que, constituida por el ser, es ella la medida y el signo; mover la dialéctica de los limites e «incidir»: si no se empeña en ahondar el signo hasta bajo el espesor de la máscara, ¿qué inteligencia es? Y bajo la máscara está lo otro, lo perdido que hay que volver a encontrar con diligencia y discreción, aquel que, aunque se ha hecho máscara, es el semejante igual a mi en ser ambos hombres o criaturas de Dios, aquel con quien establecer un vínculo de alteridad por amor. No se trata de volver las espaldas o de fingir no ver ni comprender —es así como la inteligencia cae en estupidez—, y que cada uno se vaya por su propia cuenta; ni tampoco de contraponerse en una lucha de enemigos, sino de atravesar todo el campo del adversario, por deseo-razonador y peligroso que sea. Atravesarlo con mucha humildad e infinita paciencia, porque en aquel campo hay por recuperar cuanto de válido ha quedado invalidado por la estupidez, que todo lo reduce a su nivel, para elevarlo al de la inteligencia, que «piensa» en restituirlo a su ser y a sus limites, en hacerle justicia; con mucho amor, aceptando lo que al espíritu de inteligencia se ofrece tal como se le ofrece, como si cada ocasión, y todas son buenas, fuera una elección personal; atravesarlo para asumírselo y cargárselo, sufrirlo y en tal sufrimiento ver, no el mérito que hace «superiores» respecto a los otros —el ojo que ve sus méritos o se espera que los vean los otros y lo remuneren es ya ciego a la caridad—, sino la larga cuenta de estupidez que ningún hombre, por inteligente que sea, acaba nunca de pagar. La inteligencia que desdeñosamente abandona la estupidez a si misma es el producto más perfecto y mortífero de la estupidez, el máximo de reducción a nada (niente) por egoidad por odio: si la sal se hace insípida, ¿con qué salaremos?

La estupidez se le para delante como enemiga, como una muralla: se arrastra y ataca, corrompe y rechaza, persuade y ridiculiza, lisonjea y muerde, adula y denigra: cerca y aisla, mata. La inteligencia «aislada» no se deja aislar; se empeña en «soledad» en su acción de atravesamiento, se recoge en su espacio de reflexión, de meditación, de oración: da testimonio de su amor unánime y siempre al descubierto, atraviesa el aislamiento y, sola, se hace la voz silenciosa de todos, la palabra acaso no escuchada, pero que, sin dejarse comprar o sofocar, repropone a los aislados en masa la solidaridad entre hombres. La estupidez trata de arrancarla de tan peligrosa soledad para agruparla, con el pretexto de que es preciso actuar en pro de los otros si no se quiere ser egoístas, coartada que esconde su egoidad por odio, la ambición y la avaricia , su sordidez espiritual; pero a fin de que la soledad pueda ser odiada no hay más que hacer a todos «mecánicos»: «en efecto, es propio de los mecánicos odiar la soledad» . La inteligencia debe lanzarse a desmontar el mecanismo que pretende hacer a todos mecánicos, de modo que incluso los mecánicos no sean tales como hombres, sino inteligentemente ellos mismos y por esto buenos mecánicos. Incluso en el caso en que la estupidez emplease, y el proceso está avanzado, todos los fertilizantes idóneos al vigor de sí misma de modo que la sabiduría llegara a ser la zona desértica, incluso en este caso la voz de la inteligencia clamans in deserto es la única energía humana, la única esperanza: la semilla no caída entre abrojos, la semilla que no puede olvidar, sin secarse, que detrás de la máscara de la estupidez hay siempre el problema del estúpido que es un hombre, el otro que hay que respetar y que hay que amar para que con todo nuestro empeño se empeñe en hacerse el ser que

2 comentarios:

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Alfonso dijo...

Hay material en Internet para entender adecuadamente los instintos, reflejos y experiencias que con la educación y capacitación adecuadas, sirven para resolver problemas y convivir de una mejor manera.
Muchas creencias y costumbres negativas nos dividen y al analizarlas objetivamente, nos libramos de ellas.

Argi dijo...

Alfonso, los "materiales" que indicas... se torna muchas veces confuso.. por la diversidad de factores - materiales, en las que muchas veces carecen de "fuentes" y de aquí se torna el "conflicto"

"internet" es una herramienta "libre" ..al igual que lo impreso..


Y si.., como usted indica; las creencias y costumbres negativas nos dividen y al analizarlas objetivamente, nos libramos de ellas..

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