sábado, 8 de enero de 2011

Un parricidio fallido

` Filosofía judicial ´

9. En el mundo romano, al que se debe la creación del derecho, el mejor filósofo es el orador. Así al menos pensaba el maestro de retórica más importante de la latinidad, Quintiliano (ca. 35-95), rival y adversario de Séneca, de origen español como él. Cuando el juez absuelve o condena a un acusado, su veredicto no debe ser un fin en sí mismo, sino que debe tener un valor ejemplar. Y el abogado que defiende a su cliente debe descubrir los posibles móviles que acusan o exculpan.

Los tres hermanos de los que habla Quintiliano en el libro IV de su obra principal, De institutione oratoria, se habían puesto de acuerdo para matar a su padre. Pero alguna vacilación debieron de tener, ya que habían establecido echar a suertes quién de ellos entraba primero en la alcoba del padre para sorprenderlo en el sueño. Pero una vez entraron, les faltó valor. ¿Y el padre? Aquel buenazo, en lugar de repudiarlos, no sólo los perdonó, sino que decidió defenderlos de la acusación de intento de parricidio con la que unos metomentodo los habían arrastrado al tribunal.

Oigamos la arenga que, para defenderlos, Quintiliano puso en boca del padre salvado de la masacre:
Para que se acuse del delito de parricidio a unos jóvenes, cuyo padre vive y hasta se pone de parte de sus hijos. ¿Qué necesidad hay de contar los hechos paso por paso?

Y para rematar:
Pero si me exigís una inductora confesión de mi culpabilidad, diré que yo he sido un padre riguroso y vigilante avaro de un patrimonio, que tiempo ha podía haber sido administrado por ellos de la mejor manera (IV, 2,73).

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Hasta aquí la escaramuza judicial. Pero entonces entra en juego la filosofía. Quintiliano quiere sondear el ánimo de los imputados. No puede acudir al psicoanálisis, porque todavía no existía. Recurre a una psicología del sentido común estrechamente vinculada con los principios de la moralidad: Porque ni habría sido aquí necesario juramento si hubiesen tenido otro modo de sentir, como palpablemente queda demostrado al final de todo el suceso, ni de echar suerte, a no ser porque cada uno habría deseado verse libre de este acto. Pero ¿había habido pacto o no? Si no lo hubiese habido, tampoco habría tenido lugar el sorteo criminal. Es decir, como filósofo, o mejor dicho, como psicólogo, Quintiliano sostiene una doble verdad: es verdad que los hijos acordaron deshacerse del padre, pero también es verdad que ninguno pretendía hacerlo en serio. Como se desprende de este elocuente ejemplo, está claro que Quintiliano considera que en los hechos de la existencia hay una apariencia y una realidad, y que no siempre ambas cosas coinciden. ¿Era solo una astucia de quien ejercía brillantemente la abogacía o una efectiva convicción filosófica? Otro párrafo nos llevaría a interpretarla como una astucia profesional, de esas que los abogados nunca dejan de sacarse de la manga. Supongamos que unode los tres hermanos, antes de arrepentirse, hubiese asestado una puñalada hiriendo al padre pero sin matarlo. Entonces se plantearía el problema de la sangre que le ha manchado la ropa. ¿Signo de culpabilidad? Un momento -sostendría el abogado- , pero la sangre puede... haber fluido de la nariz; de ahí que no habrá necesariamente cometido un homicidio aquel que tuviese su vestido manchado de sangre (V, 9,9). Pero si Quintiliano hubiese sido un simple maestro de artimañas oratorias, ¿por qué la filosofía iba a interesarse por el? Quintiliano sostiene que el mejor filosolo es el orador, no por mero espiritu corporalivista. La eficacia de una defensa o de una acusación en el campo oratorio no se basa únicamente, según Quintiliano, en una hábil elocución, sino sobre todo en un valido análisis de los hechos. Según el es necesario poner la atención en la búsqueda de los móviles que pueden determinar las acciones. EI orador nunca debe olvidar que una acción no refrendada por móviles es escasamente creíble, mientras que quien evidencia los móviles de un gesto confirma su credibilidad. Por eso para Quintiliano descubrir la presencia o ausencia de móviles es fundamental para defender a un imputado de una acusación o para hacerle cargar con una culpa. Los móviles constituyen de hecho tanto los posibles impulsos a la acción (por ejemplo castigar a un padre demasiado severo) como los objetivos fínales de la misma (por ejemplo heredar una fortuna). De esta forma, Quintiliano aprovecha la ausencia de móviles para defender a Odiseo, acusado por Teucro de haber matado a Áyax cuando éste fue hallado solo con una espada ensangrentada junto a su cadáver: Odiseo «no sólo responde que no ha cometido esa acción horrenda, sino que no tuvo enemistad alguna con Áyax, que entre sí rivalizaron por la fama» (IV, 2, 13). Esta búsqueda de los móviles, típica de Quintiliano, es una anticipación de lo que suele indicarse con el nombre de «garantismo»: el principio, válido en todas las jurisdicciones civiles, según el cual a ningún individuo puede considerarse culpable de nada hasta que se demuestre lo contrario aquí se amplía extendiéndolo a la consideración de los móviles. Es decir, si de una acción delictiva no se infiere ningún móvil atribuible a un determinado imputado, éste puede disfrutar de una presunción de inocencia hasta que no intervengan graves testimonios. Sobre esta base se funda también la célebre polémica de Quintiliano contra su paisano Séneca. Este último fundaba sus propias argumentaciones en máximas de carácter general, que evidentemente reavivaban su elocuencia. Es decir, solía rellenar sus discursos con proverbios o locuciones efectistas. ¿Tenía que disculparse por haberse extendido mucho en una demostración? Echaba mano de un verso de Virgilio: «Tantae molis erat romanam conderegentem» («Tan gran empresa era fundar la estirpe romana»). Pero el éxito de estas máximas es efímero, ya que desaparece apenas terminada la cita. En cualquier caso, para Quintiliano, las citas no son suficientes para sostener una tesis. Se limitan a iluminar el discurso, así como los ojos iluminan el rostro, «pero tampoco quisiera que haya ojos por el cuerpo entero, para que los demás miembros no pierdan su menester propio» (VIII, 5,34). No sólo Quintiliano está actualmente revalorizado por la filosofía, sino que su figura, por sí sola, puede justificar una asignatura impopular entre los estudiantes de jurisprudencia, la de Historia del derecho romano. Todavía hoy, Quintiliano constituye de hecho un modelo interesante para los aspirantes a abogado.
Hasta aquí la escaramuza judicial. Pero entonces entra en juego la filosofía. Quintiliano quiere sondear el ánimo de los imputados. No puede acudir al psicoanálisis, porque todavía no existía. Recurre a una psicología del sentido común estrechamente vinculada con los principios de la moralidad: Porque ni habría sido aquí necesario juramento si hubiesen tenido otro modo de sentir, como palpablemente queda demostrado al final de todo el suceso, ni de echar suerte, a no ser porque cada uno habría deseado verse libre de este acto. Pero ¿había habido pacto o no? Si no lo hubiese habido, tampoco habría tenido lugar el sorteo criminal. Es decir, como filósofo, o mejor dicho, como psicólogo, Quintiliano sostiene una doble verdad: es verdad que los hijos acordaron deshacerse del padre, pero también es verdad que ninguno pretendía hacerlo en serio. Como se desprende de este elocuente ejemplo, está claro que Quintiliano considera que en los hechos de la existencia hay una apariencia y una realidad, y que no siempre ambas cosas coinciden. ¿Era solo una astucia de quien ejercía brillantemente la abogacía o una efectiva convicción filosófica? Otro párrafo nos llevaría a interpretarla como una astucia profesional, de esas que los abogados nunca dejan de sacarse de la manga. Supongamos que unode los tres hermanos, antes de arrepentirse, hubiese asestado una puñalada hiriendo al padre pero sin matarlo. Entonces se plantearía el problema de la sangre que le ha manchado la ropa. ¿Signo de culpabilidad? Un momento -sostendría el abogado- , pero la sangre puede... haber fluido de la nariz; de ahí que no habrá necesariamente cometido un homicidio aquel que tuviese su vestido manchado de sangre (V, 9,9). Pero si Quintiliano hubiese sido un simple maestro de artimañas oratorias, ¿por qué la filosofía iba a interesarse por el? Quintiliano sostiene que el mejor filosolo es el orador, no por mero espiritu corporalivista. La eficacia de una defensa o de una acusación en el campo oratorio no se basa únicamente, según Quintiliano, en una hábil elocución, sino sobre todo en un valido análisis de los hechos. Según el es necesario poner la atención en la búsqueda de los móviles que pueden determinar las acciones. EI orador nunca debe olvidar que una acción no refrendada por móviles es escasamente creíble, mientras que quien evidencia los móviles de un gesto confirma su credibilidad. Por eso para Quintiliano descubrir la presencia o ausencia de móviles es fundamental para defender a un imputado de una acusación o para hacerle cargar con una culpa. Los móviles constituyen de hecho tanto los posibles impulsos a la acción (por ejemplo castigar a un padre demasiado severo) como los objetivos fínales de la misma (por ejemplo heredar una fortuna). De esta forma, Quintiliano aprovecha la ausencia de móviles para defender a Odiseo, acusado por Teucro de haber matado a Áyax cuando éste fue hallado solo con una espada ensangrentada junto a su cadáver: Odiseo «no sólo responde que no ha cometido esa acción horrenda, sino que no tuvo enemistad alguna con Áyax, que entre sí rivalizaron por la fama» (IV, 2, 13). Esta búsqueda de los móviles, típica de Quintiliano, es una anticipación de lo que suele indicarse con el nombre de «garantismo»: el principio, válido en todas las jurisdicciones civiles, según el cual a ningún individuo puede considerarse culpable de nada hasta que se demuestre lo contrario aquí se amplía extendiéndolo a la consideración de los móviles. Es decir, si de una acción delictiva no se infiere ningún móvil atribuible a un determinado imputado, éste puede disfrutar de una presunción de inocencia hasta que no intervengan graves testimonios. Sobre esta base se funda también la célebre polémica de Quintiliano contra su paisano Séneca. Este último fundaba sus propias argumentaciones en máximas de carácter general, que evidentemente reavivaban su elocuencia. Es decir, solía rellenar sus discursos con proverbios o locuciones efectistas. ¿Tenía que disculparse por haberse extendido mucho en una demostración? Echaba mano de un verso de Virgilio: «Tantae molis erat romanam conderegentem» («Tan gran empresa era fundar la estirpe romana»). Pero el éxito de estas máximas es efímero, ya que desaparece apenas terminada la cita. En cualquier caso, para Quintiliano, las citas no son suficientes para sostener una tesis. Se limitan a iluminar el discurso, así como los ojos iluminan el rostro, «pero tampoco quisiera que haya ojos por el cuerpo entero, para que los demás miembros no pierdan su menester propio» (VIII, 5,34). No sólo Quintiliano está actualmente revalorizado por la filosofía, sino que su figura, por sí sola, puede justificar una asignatura impopular entre los estudiantes de jurisprudencia, la de Historia del derecho romano. Todavía hoy, Quintiliano constituye de hecho un modelo interesante para los aspirantes a abogado.

Capitulos anteriores: 

Los Cien Táleros De Kant: La Filosofía A Través de los filósofos

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