martes, 25 de enero de 2011

Salto a la fama

Filosofía minimalista de la política

10- No sólo hoy se busca afanosamente la receta del éxito político. En el siglo I d. C. se dedicó a ello Plutarco de Queronea. No fue un verdadero filósofo de la política, como Platón y Aristóteles, sino más bien un autor de preceptos inestimables para quien quiere triunfar en la vida pública. Éstos no sólo se basan en ideas teóricas, sino también y sobre todo en un conocimiento profundo de la psicología de las masas: ¿qué espera la gente de un gobernante? ¿A quién es propensa a conceder su apoyo? Entre los modelos de Plutarco destaca Pericles, un poderoso con autoridad tanto en el pensamiento como en el porte.

Plutarco estaba convencido de que no son las ideas las que hacen la historia, sino los grandes hombres. Pero ¿qué es lo que hace a un individuo capaz de arrastrar a la gente? Un joven que no sea de origen noble podría desanimarse ante la dificultad de salir del anonimato. Según Plutarco haría mal:

Y en efecto, el pueblo acoge de muy buena gana, por aburrimiento y hastío de los políticos habituales, al que comienza, como los espectadores a un competidor (Moralia 804D 7-10).

Por eso el sistema más fácil para entrar en política es el de afirmarse de manera fulminante y brillante con alguna acción que lance a la palestra. Así los demás no tienen tiempo de ser corroídos por la envidia. El fuego no origina humo: Plutarco privilegia claramente el flechazo político. Pero no siempre se da. Pueden faltar las ocasiones para lanzarse de cabeza a la vida pública. En este caso el joven debe adaptarse a una vida más lenta y prosaica, aunque no desprovista de ventajas. Es la que se basa en el conocimiento de la psicología de la gente.

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Había un personaje que fascinaba a Plutarco: Pericles, el político más ensalzado y señalado de la Atenas del siglo V a. C. Durante más de una década fue el «comandante» o, como se decía entonces, el arconte. Como ei aquella fase de la historia griega estaban en vigor las ciudades-estado, había llegado a concentrar en su persona los poderes de un alcalde y de un jefe de gobierno. ¿Cómo lo había conseguido? En primer lugar gracias a su physique du role, como dicen los franceses. En parte se lo había concedido la madre naturaleza, pero en parte se lo había construido con el entrenamiento: En cuanto a Pericles, realizó cambios incluso de imagen y su forma de vida, consistentes en caminar despacio, hablar afablemente, mostrar siempre el semblante circunspecto, guardar la mano dentro del manto, y no andar más que por un camino, que llevaba a la tribuna y al Consejo (ibid., 800C 1-4).

Como puede verse, para Plutarco el éxito político empieza por lo externo, es decir, por las características físicas y por la vida privada. Pues lo mismo que una rojez y una verruga en el rostro son mas repulsivas que marcas, lesiones y cicatrices en el resto del cuerpo igualmente los pequeños defectos parecen grandes cuando se ven en las vidas de los dirigentes y de los políticos a causa de la opinión que tiene el pueblo acerca del poder y la política como un asunto importante que debe estar limpio de toda extravagancia y falta (ibid., 800E 1-6). ¿Alguien se sorprende? ¿Quién no ha leído las crónicas políticas americanas de estas últimas décadas? El mejor estadista del mundo ve caer en picado su índice de aceptación si tiene la boca demasiado ancha. Al presidente Cárter le explicaron que tenía que contener su sonrisa más bien clownesca. Pero la intimidad todavía es más importante e insidiosa: un candidato a la presidencia de Estados Unidos puede arruinar su carrera si es descubierto en flagrante adulterio. En Europa, en cambio, un político puede permitirse cualquier amante, pero debe vestirse como dicta la moda.

En cuanto al estilo de gobierno, Plutarco apreciaba a Pericles, definido por los historiadores como un rey sin corona, porque adulaba al pueblo sólo cuando lo requerían las circunstancias. Para consolidar su poder no escatimó espectáculos populares, banquetes y procesiones. Pero en cambio, cuando lo tuvo en un puño, empezó a pensar en la economía.

Los gustos de Plutarco son característicos de la corriente filosófica denominada «segunda sofística». En la primera oleada, anterior a Platón, se llamaba sofistas a los intelectuales que trataban de conquistar el favor del público descaradamente: llegaban incluso a invitar a violar las leyes si se estaba seguro de no ser descubierto. Por eso su modelo había sido Alcibíades, hábil gobernante pero disoluto en su vida privada. En cambio los sofistas de la segunda fase preferían el modelo de Pericles, que sabía cautivar a la gente, aunque sin despreciar a las instituciones.

Sin embargo. Plutarco no ignora que el poder acaba desgastando a quien lo ejerce y que los gobernantes atraen sobre su persona toda clase de hostilidades: Puesto que en todo pueblo existen animadversión y recelo haciaia los políticos, y sobre muchas medidas útiles, si no provocan rechazo y controversia, recae la sospecha de que son producto de una conspiración (ibid 813F 9-12).

Peligro que el hombre político debe tener presente cuando intenta congraciarse con el pueblo. Hasta Solón, uno de los siete sabios del mundo antiguo, resbalo sobre esta piel de plátano, le paso cuando promulgó una ley demagógica, análoga a nuestra amnistía fiscal.

Pues cuando concibió el proyecto de bajar las deudas y de aplicar la «descarga» lo comunico a sus amigos y estos cometieron un enorme abuso: tomaron mucho dinero prestado anticipandose en secreto a la ley, y poco tiempo después, una vez promulgada, se revelo que habían comprado esplendidas mansiones y extensos terrenos con el dinero que habían pedido prestado; y Solón, victima del abuso de sus amigos, fue acusado de ser su cómplice (ibid,, 807E 1-5). Aquí Plutarco se muestra clarividente señalando posibles conflictos entre poder legislativo y poder judicial. Aunque sin combatir directamente el segundo, aconseje la máxima cautela respecto a el: «Es un comportamiento democrático también soportar el insulto y la ira de un magistrado» (ibid., 817C 3-5).

Pero, entonces, ¿hay que soportar sumisamente a un magistrado prepotente? la respuesta de Plutarco es jesuítica, pero llena de sentido común: «Por tanto, debemos retrasar la venganza pues, o bien lo castigaremos cuando haya cesado en el cargo».

El caso de Solón fue tratado por Plutarco dos veces: en las llamadas Moralia, que son su obra más filosófica, y en los escritos que le dieron la lama, las Vidas paralelas, donde repasa las biografías de hombres ilustres presentandólos casi siempre por parejas. Una de estas Vidas está dedicada a Solón.

Realmente la producción de Plutarco como historiador es mas discutida que su obra de filósofo. Y ello por dos razones: en primer lugar porque no fue particularmente escrupuloso en verificar sus fuentes. A menudo refiere habladurías o incluso supersticiones, la segunda razón es su convencimiento de que la historia es maestra de vida. Es una idea que en época moderna ha sido criticada varias veces, a partir de Nietsche en sus famosas Consideraciones inactuales sobre la historia. Si esta teoría fuese verdad, serian los historiadores los que obtendrían mayor éxito en la vida política. Pero no consta que ningún historiador haya llegado nunca a gobernante, mientras que varios filósofos, a partir de la época presocrática, intentaron, con diversa suerte, la vida publica. Lo cual no impide que la «filosofía minimalista» de la política producida por Plutarco pueda constituir todavía hoy una valiosa guia para todos aquellos que sueñan con ser famosos en la escena pública.


Capitulos anteriores: 


Los Cien Táleros De Kant: La Filosofía A Través de los filósofos

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