domingo, 19 de diciembre de 2010

El perro de Crisipo

...cuando husmear es razonar...


6. El que fue aclamado como el segundo fundador del estoicismo, Crisipo de Soli (280-205 a. C), fue escritor fecundo y maestro de dialéctica. Desarrolló la lógica
de las proposiciones, estableciendo criterios de verdad que se adelantan a la lógica moderna. Como naturalista y atento observador del comportamiento animal, sostuvo que los perros también son capaces de razonar, pero sólo para sus adentros, como hombres mudos.

El estoicismo fue la más afortunada de las corrientes postaristotélicas. Las otras dos, el epicureismo y el escepticismo, no llegaron a tener la misma influencia. La tradición atribuye a la escuela estoica dos fundadores: uno, Zenón de Citio (332-264 a. c.), por razones cronológicas, y el otro, Crisipo, por la importancia de su doctrina. A Zenón se le debe la división de las disciplinas filosóficas en lógica, física y ética. Se hizo célebre su ejemplo del huevo: la lógica es como la cascara que envuelve el albumen, es decir, la física, que a su vez rodea la yema, la ética. Crisipo aceptó sin más esta división en tres partes, con la diferencia de que en lugar de preferir la ética, como hacían los demás estoicos, privilegió la lógica, también llamada dialéctica.

Según Diógenes Laercio, a Crisipo le gustaba hacer razonamientos entre surrealistas y sofísticos: «Hay una cabeza; tú no la tienes; por tanto hay una cabeza que no tienes; luego no tienes cabeza». O bien: «Lo que dices pasa por tu boca; pero tú dices "carro"; luego un carro pasa por tu boca». En realidad Crisipo, al que sin duda le gustaba sorprender con estos sofismas, contribuyó al desarrollo de la lógica descubriendo criterios de verdad para las proposiciones compuestas. Uno de ellos establece que, una vez sentado que de dos proposiciones o es verdadera la primera o es verdadera la segunda, en el caso de que sea verdad la primera, no será verdad la segunda. Por ejemplo: «O Sócrates ha salido o está en casa; pero ha salido, por tanto no está en casa». A simple vista no parece un gran descubrimiento, pero el mérito del lógico a menudo es precisamente éste: evidenciar las leyes implícitas de los razonamientos que el hombre corriente formula instintivamente. De esta forma ofrece una técnica segura para demostrar, en cualquier circunstancia, su corrección.

Los estoicos profesaban un verdadero culto a la razón y atribuían un carácter providencial a la naturaleza. Por eso no debe sorprendernos que Crisipo también dirigiese su atención a los animales, en los que creía encontrar la confirmación de una total racionalidad de la naturaleza. Cuenta Plutarco que, en su obra Sobre la naturaleza, Crisipo escribe que «las chinches útilmente nos despiertan y las ratas nos hacen ser cuidadosos en no dejar las cosas en cualquier sitio» (Las contradicciones de los estoicos, XXI). evidentemente entonces la higiene dejaba mucho que desear y desde luego no se hablaba de desratización. Y, siempre según Plutarco, en otra de sus obras, Sobre la justicia, Crisipo subraya la utilidad de los gallos, que nos despiertan por la mañana y eliminan a los escorpiones. Sin embargo, añade que hay que alimentarse de ellos «para que la cantidad de polluelos no sea más de la necesaria» (ibid., XXXII).

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A Plutarco, que tenía una mentalidad más rígida, le gusta poner de manifiesto las incongruencias de Crisipo y observa que en Sobre la naturaleza, que exaltaba la providencialidad del mundo animal, el filósofo estoico se contradijo. De hecho escribió que:

justamente Hesíodo prohibe orinar en los ríos y en las fuentes, y que todavía más hay que abstenerse de orinar junto a un altar o la estatua de un dios, ya que no tiene nada que ver con la razón que perros y asnos y niños que aún no saben hablar lo hagan, al no tener ninguna atención ni capacidad de reflexión sobre dichas acciones (ibid., XXII).

Para remachar el clavo, Plutarco recuerda que el filósofo solía quejarse de la algarabía de palomas y perdices. Pero entonces, se pregunta, ¿perros y demás congéneres tienen o no que ver, según Crisipo, con la razón?

Es probable que aquí Plutarco, como antes Diógen Laercio, peque de exagerado frente al filósofo estoico. Basta leer un testimonio más creíble, Sexto Empírico (180-220), médico y filósofo griego, para ahuyentar cualquier duda sobre la filosofía animalista de Crisipo.

Y según Crisipo el perro participa incluso de la tan celebrada Dialéctica. Dice en efecto el antedicho varón que el perro hace uso del quinto indemostrable... cuando, al llegar a un cruce de tres sendas y haber rastreado dos por las que no pasó la fiera y no haber rastreado la tercera, se lanza acto seguido por ella;

pues implícitamente (dice el antiguo estoico) el perro reflexiona así: La fiera pasó o por ésta o por ésta o por ésta; pero ni por ésta ni por ésta; luego por ésta (Esbozos pirrónicos, 69).

El argumento indemostrable, citado aquí por Sexto Empírico, es uno de los cinco axiomas teorizados por Crisipo, más exactamente una variante del criterio de verdad ejemplificado más arriba: «O A o B o C no existe; pero no existe ni A ni B; por tanto existe C».

En el siglo XVII, un filósofo destinado a ejercer una gran influencia, Descartes, sostendrá que los animales no son más que máquinas, autorizando así implícitamente cualquier forma de maltrato. Seguirá una polémica entre detractores y defensores de los animales, como Montaigne. Este último, que era sensible a la fascinación del estoicismo y conocía la teoría de Crisipo, escribirá, en sus Ensayos, páginas memorables en defensa de los animales para demostrar que poseen inteligencia y sentimientos no tan alejados de los humanos. En la célebre «Apología de Raimundo Sabunde» recuerda que los habitantes de Tracia, cuando tenían que atravesar un río helado, mandaban a un zorro por delante, que al avanzar o al retroceder indicaba si el grosor del hielo era mayor o menor. Según Montaigne, un hombre no habría hecho un razonamiento mejor que el realizado por el zorro: «... lo que hace ruido se mueve; lo que se mueve no está helado; lo que no está helado está líquido y lo que está líquido no resiste el peso»

(Ensayos, libro II, XII).

Y si alguien objetase que con el zorro, animal notoriamente inteligente, Montaigne lo tenía fácil, oigámosle manifestar su maravilla ante unos perros adiestrados para acompañar a sus amos ciegos:

Siguiendo el foso de una ciudad, vi a uno que dejaba un camino llano y liso y tomaba otro peor, por alejar a su amo de dicho fosa.. ¿Y cómo sabía que tal camino que para el era bastante ancho no lo sena para un ciego? ¿Puede concebirse todo ello sin raciocinio ni lógica? (ibid.).


La actitud del hombre hacia los animales siempre ha sido ambigua, oscilante entre el amor y el desprecio. Para muchos los gatos son animales deliciosos (alguien dijo que Dios inventó al gato para que el hombre pudiese acariciar al tigre), y sin embargo otros les tienen miedo y no conciben intimar con ellos. En cuanto a los perros, es sabida su capacidad de encontrar a su dueño después de haber recorrido cientos de kilómetros. Y sin embargo algunas personas, tal vez menos inteligentes que ellos, los consideran estúpidos. Un filósofo italiano, Nicola Abbagnano, se ha quejado justamente de ello:

A veces se ve a personas que sostienen largas conversaciones con su perro, que las escucha inmóvil, mirándolas y meneando la cola. Hay quien sonríe ante estos discursos y quien cree que el perro no entiende nada y sólo está esperando un bocado apetitoso (La saggezza della vita, «Perché l'uomo riscopre gli animali»).

¿Entonces? ¿Su inteligencia se limita a su instinto o más allá, como sostenía Crisipo?



Capitulos anteriores: 
- Aquiles y la tortuga; estalla el infinito 

Los Cien Táleros De Kant: La Filosofía A Través de los filósofos

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