viernes, 2 de julio de 2010

Los personajes conceptuales (1)

Ejemplo V

El cogito de Descartes es creado como concepto, pero tiene presupuestos. Pero no como un concepto que supone otros conceptos (por ejemplo, «hombre» supone «animal» y «racional»). En este caso, los presupuestos son implícitos, subjetivos, preconceptuales, y forman una imagen del pensamiento: todo el mundo sabe qué significa pensar. Todo el mundo tiene la posibilidad de pensar, todo el mundo quiere lo verdadero... ¿Hay algo además de estos dos elementos: el concepto y el plano de inmanencia o imagen del pensamiento que va a quedar ocupado por unos conceptos del mismo grupo (el cogito y los conceptos acoplables)? ¿Hay algo, en el caso de Descartes, además del cogito creado y de la imagen presupuesta del pensamiento? Hay algo en efecto, algo un poco misterioso, que aparece a ratos, o que se transparenta, y que parece tener una existencia confusa, a medio camino entre el concepto y el plano preconceptual, que va de uno a otro. Por el momento, se trata del Idiota: él es quien dice Yo, él es quien lanza el cogito, pero también él es quien controla los presupuestos subjetivos o establece el plano. El Idiota es el pensador privado por oposición al profesor público (el escolástico): el profesor remite sin cesar a unos conceptos aprendidos (el hombre animal racional), mientras que el pensador privado forma un concepto con unas fuerzas innatas que todo el mundo posee por derecho por su cuenta (yo pienso). Nos encontramos aquí con un tipo de personaje muy extraño, que quiere pensar y que piensa por sí mismo, por la «luz natural». El Idiota es personaje conceptual. Podemos precisar algo mejor la pregunta: ¿hay precursores del cogito? ¿De dónde viene el personaje del idiota cómo ha surgido, acaso en una atmósfera cristiana, pero a modo de reacción en contra de la organización «escolástica» del cristianismo, en contra de la organización autoritaria de la Iglesia? ¿Se encuentran ya rastros de este personaje en san Agustín? ¿Es acaso Nicolás de Cusa quien le confiere pleno valor de personaje conceptual, con lo que este filósofo estarla cerca del cogito, pero sin poder aún hacerlo cristalizar como concepto. En cualquier caso, la historia de la filosofía tiene que pasar obligatoriamente por el estudio de estos personajes, de sus mutaciones en función de los planos, de su variedad en función de los conceptos. Y la filosofía no cesa de hacer vivir a personajes conceptuales, de darles vida.
 

El idiota reaparecerá en otra época, en otro contexto, cristiano también, pero ruso. Haciéndose eslavo, el idiota sigue siendo el singular o el pensador privado, pero ha cambiado de singularidad. Chestov es quien descubre en Dostoievski el poder de una nueva oposición entre el pensador privado y el profesor público. El idiota antiguo pretendía alcanzar unas evidencias a las que llegaría por sí mismo: entretanto dudaría de todo, incluso de 3 + 2 = 5; pondría en tela de juicio todas las verdades de la Naturaleza. El idiota moderno no pretende llegar a ninguna evidencia, jamás se «resignará» a que 3 + 2 = 5, quiere lo absurdo, no es la misma imagen del pensamiento. El idiota antiguo quería lo verdadero, pero el idiota moderno quiere convertir lo absurdo en la fuerza más poderosa del pensamiento, es decir crear. El idiota antiguo sólo quería rendir cuentas a la razón, pero el idiota moderno, más cercano a Job que a Sócrates, quiere que le rindan cuentas de «cada una de las víctimas de la Historia», no se trata de los mismos conceptos. Jamás aceptará las verdades de la Historia. El idiota antiguo quería darse cuenta por sí mismo de lo que era o no era comprensible era o no era razonable, estaba perdido o a salvo, pero el idiota moderno quiere que le devuelvan lo que estaba perdido, lo incomprensible, lo absurdo. A todas luces, no se trata del mismo personaje.. Puede que el personaje conceptual aparezca por sí mismo en contadísimos casos, o por alusión. Sin embargo, ahí está; y, aun innominado, subterráneo, siempre tiene que ser reconstituido por el lector. A veces, cuando aparece, tiene nombre propio: Sócrates es el personaje principal del platonismo. Muchos filósofos escribieron diálogos, pero se corre el riesgo de confundir a los personajes de los diálogos y a los personajes conceptuales: sólo coinciden nominalmente y no desempeñan el mismo papel. El personaje de diálogo expone conceptos: en el caso más sencillo, uno de ellos, simpático, es el representante del autor, mientras que los demás, más o menos antipáticos, remiten a otros filósofos cuyos conceptos exponen de modo que queden listos para las críticas o las modificaciones a las que el autor los va a someter. Por el contrario, los personajes conceptuales ejecutan los movimientos que describen el plano de inmanencia del autor, e intervienen en la propia creación de sus conceptos. Así pues, aun cuando son «antipáticos», lo son perteneciendo plenamente al plano que el filósofo considerado establece y a los conceptos que éste crea: señalan entonces los peligros propios de este plano, las malas percepciones, los malos sentimientos o incluso los movimientos negativos que se desprenden de él, y ellos mismos van a inspirar conceptos originales cuyo carácter repulsivo sigue siendo una propiedad constituyente de esta filosofía. Con más razón aún en lo que se refiere a los movimientos positivos del plano, a los conceptos atractivos y a los personajes simpáticos: toda una Einfühlung filosófica. Y a menudo, de unos a otros, hay grandes ambigüedades.

El personaje conceptual no es el representante del filósofo, es incluso su contrario: el filósofo no es más que el envoltorio de su personaje conceptual principal y de todos los demás, que son sus intercesores, los sujetos verdaderos de su filosofía. Los personajes conceptuales son los «heterónimos» del filósofo y el nombre del filósofo, el mero seudónimo de sus personajes. Yo ya no soy yo, sino una aptitud del pensamiento para contemplarse y desarrollarse a través de un plano que me atraviesa por varios sitios. El personaje conceptual no tiene nada que ver con una personificación abstracta, con un símbolo o una alegoría, pues vive, insiste. El filósofo es la idiosincrasia de sus personajes conceptuales. El destino del filósofo es convertirse en su o sus personajes conceptuales, al mismo tiempo que estos personajes se convierten ellos mismos en algo distinto de lo que son históricamente, mitológicamente o corrientemente (el Sócrates de Platón, el Dioniso de Nietzsche, el Idiota de Cusa). El personaje conceptual es el devenir o el sujeto de una filosofía, que asume el valor del filósofo, de modo que Cusa o incluso Descartes deberían firmar «el Idiota», de la misma forma que Nietzsche «el Anticristo» o «Dioniso crucificado». Los actos de palabra en la vida corriente remiten a unos tipos psicosociales que son prueba de hecho de una tercera persona subyacente: decreto la movilización como presidente de la República, te hablo como padre... De igual modo, el conector filosófico es un acto de palabra en tercera persona en el que siempre es un personaje conceptual el que dice Yo: yo pienso en tanto que Idiota, yo quiero en tanto que Zaratustra, yo bailo en tanto que Dioniso, yo pretendo en tanto que Amante. Hasta el tiempo bergsoniano necesita un mensajero. En los enunciados filosóficos no se hace algo diciéndolo, pero se hace el movimiento pensándolo, por mediación de un personaje conceptual. De este modo los personajes conceptuales son los verdaderos agentes de enunciación. ¿Quién es yo?, siempre es una tercera persona.


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Invocamos a Nietzsche porque muy pocos son los filósofos que han trabajado tanto con personajes conceptuales, simpáticos (Dioniso, Zaratustra) o antipáticos (Cristo, el Sacerdote, los Hombres superiores, el propio Sócrates, antipático ahora...). Podría parecer que Nietzsche renuncia a los conceptos. Sin embargo creó algunos conceptos inmensos e intensos («fuerzas», «valor», «devenir», «vida», y otros repulsivos como «resentimiento», «mala conciencia»...), igual que estableció un plano de inmanencia nuevo (movimientos infinitos de la voluntad de poder y del eterno retorno) que trastoca la imagen del pensamiento (crítica de la voluntad de verdad). Pero nunca en su caso quedan sobreentendidos los personajes conceptuales implicados. Bien es verdad que su manifestación en sí misma suscita la ambigüedad, lo que hace que muchos de sus lectores consideren a Nietzsche un poeta, un taumaturgo o un creador de mitos. Pero los personajes conceptuales no son, ni en Nietzsche ni en ningún otro autor, personificaciones míticas, ni personas históricas, ni héroes literarios o novelescos. El Dioniso de Nietzsche pertenece tan poco a los mitos como el Sócrates de Platón a la Historia. Volverse no es ser, y Dioniso se vuelve filósofo, al mismo tiempo que Nietzsche se vuelve Dioniso. También en esto fue Platón quien empezó: se volvió Sócrates, al mismo tiempo que hizo que Sócrates se volviera filósofo.


La diferencia entre los personajes conceptuales y las figuras estéticas consiste en primer lugar en lo siguiente: unos son potencias de conceptos, y los otros potencias de afectos y de perceptos. Unos operan sobre un plano de inmanencia que es una imagen de Pensamiento-Ser (noúmeno), los otros sobre un plano de composición como imagen de Universo (fenómeno). Las grandes figuras estéticas del pensamiento y de la novela, pero también de la pintura, de la escultura y de la música, producen afectos que rebasan las afecciones y percepciones ordinarias, igual que los conceptos rebasan las opiniones corrientes. Melville decía que una novela comporta una infinidad de caracteres interesantes pero una única Figura original como el único sol de una constelación de universos, como principio de las cosas, o como el faro que saca de la penumbra un universo oculto: así el capitán Acab o Bartleby. El universo de Kleist está recorrido por afectos que lo atraviesan como flechas, o que se petrifican de repente, allí donde se yerguen las figuras de Homburgo o de Pentesilea. Las figuras nada tienen que ver con el parecido o con la retórica, pero son la condición bajo la cual las artes producen afectos de piedra y de metal, de cuerdas y de vientos, de líneas y de colores, sobre un plano de composición de universo. El arte y la filosofía seccionan el caos, y se enfrentan a él, pero no se trata del mismo plano de sección, ni de la misma manera de poblarlo, constelaciones de universo o afectos y perceptos en el primer caso, complexiones de inmanencia o conceptos en el segundo. No es que el arte piense menos que la filosofía, sino que piensa por afectos y perceptos.
Ello no impide que ambas entidades pasen a menudo de una a otra, en un devenir que las arrastra a ambas, en una intensidad que las codetermina. La figura teatral y musical de Don Juan se convierte en personaje conceptual con Kierkegaard, y el personaje de Zaratustra es ya en Nietzsche una gran figura de música y de teatro. Ocurre como si entre unos y otros no sólo se produjeran alianzas, sino también bifurcaciones y sustituciones. En el pensamiento contemporáneo, Michel Guérin es uno de los que descubren más profundamente la existencia de personajes conceptuales en el corazón de la filosofía; pero los define en un «lo-godrama» o en una «figurología» que introduce el afecto en el pensamiento.1 Y es que el concepto como tal puede ser concepto de afecto, igual que el afecto puede ser afecto de concepto. El plano de composición del arte y el plano de inmanencia de la filosofía pueden solaparse mutuamente hasta el punto de que retazos de uno estén ocupados por entidades del otro. En cada caso en efecto, el plano y lo que lo ocupa son como dos partes relativamente distintas, relativamente heterogéneas. Así pues, un pensador puede modificar decisivamente lo que significa pensar, trazar una imagen nueva del pensamiento, instaurar un plano de inmanencia nuevo, pero, en vez de crear conceptos nuevos que lo ocupen, lo puebla con otras instancias, con otras entidades, poéticas, novelescas, o incluso pictóricas o musicales. Y, del mismo modo, a la inversa. Igitur constituye precisamente un caso de esta índole, personaje conceptual transportado sobre un plano de composición, figura estética arrastrada sobre un plano de inmanencia: su nombre propio es una conjunción. Estos pensadores son filósofos «a medias» pero son también mucho más que filósofos, y no obstante no son unos sabios. Cuánta fuerza en esas obras con los pies desequilibrados, Hölderlin, Kleist, Rimbaud, Mallarmé, Kafka, Michaux, Pessoa, Artaud, muchos novelistas ingleses y americanos, de Melville a Lawrence o a Miller, cuyos lectores descubren con admiración que escribieron la novela del spinozismo... Ciertamente, no hacen una síntesis de arte yde filosofía. Se bifurcan y bifurcan sin cesar. Se trata de genios híbridos que no borran la diferencia de naturaleza, no la colman, pero emplean por el contrario todos los recursos de su «atletismo» para instalarse precisamente en esta diferencia, acróbatas desgarrados en un perpetuo más difícil todavía.
Con más razón aún, los personajes conceptuales (y también las figuras estéticas) son irreductibles a tipos psicosociales por mucho que sigan produciéndose en este caso incesantes penetraciones. Simmel y después Goffman profundizaron mucho en el estudio de estos tipos que parecen a menudo inestables, en los enclaves o en los márgenes de una sociedad: el extranjero, el excluido, el emigrante, el que está de paso, el autóctono, el que regresa a su país...1 No es por afición por lo anecdótico. Creemos que un campo social comporta estructuras y funciones, pero no por ello nos informa directamente respecto a determinados movimientos que influyen sobre lo Social. Conocemos la importancia que tienen ya para los animales estas actividades que consisten en formar territorios, abandonarlos o salir de ellos, o incluso en rehacer territorio en algo de naturaleza distinta (el etólogo dice que el compañero o el amigo de un animal es «un sucedáneo de hogar», o que la familia es un «territorio móvil»). Con más razón aún el homínido: desde el momento de nacer, desterritorializa su pata anterior, la sustrae de la tierra para convertirla en mano, y la reterritorializa en ramas o herramientas. Un bastón a su vez también es una rama desterritoria-lizada. Hay que ver cómo cada cual, en todas las épocas de su vida, tanto en las cosas más nimias como en las más importantes pruebas, se busca un territorio, soporta o emprende desterri-torializaciones, y se reterritorializa casi sobre cualquier cosa, recuerdo, fetiche o sueño. Los estribillos de las canciones expresan estos poderosos dinamismos: mi casita en Canadá... adiós me voy... sí soy yo, tenía que volver... Ni siquiera se puede decir qué viene antes, y todo territorio supone tal vez una desterritorialización previa; o bien todo sucede al mismo tiempo. Los campos sociales son nudos inextricables en los que los tres movimientos se mezclan: es necesario, por lo tanto, para desentrañarlos, diagnosticar auténticos tipos o personajes. El comerciante compra en un territorio, pero desterritorializa los productos en mercancías, y se reterritorializa en los circuitos comerciales. En el capitalismo, el capital o la propiedad se desterritorializan, dejan de ser inmobiliarios, y se reterritorializan en los medios de producción, mientras que el trabajo por su parte se vuelve trabajo «abstracto» reterritorializado en el salario: por este motivo Marx no habla sólo del capital, del trabajo, sino que siente la necesidad de establecer auténticos tipos psicosociales, antipáticos o simpáticos, EL capitalista, EL proletario, Puestos a buscar la originalidad del mundo griego, habrá que preguntarse qué clase de territorio instauran los griegos, cómo se desterritorializan, en qué se reterritorializan, y delimitar para ellos tipos propiamente griegos (¿el Amigo, por ejemplo?). No siempre resulta fácil escoger los tipos buenos en un momento determinado, en una sociedad determinada: así el esclavo liberado como tipo de desterritorialización en el imperio chino Cheu, figura de Excluido, que el sinólogo Tókei ha retratado con todo lujo de detalles. Pensamos que los tipos psicosociales tienen precisamente este sentido: en las circunstancias más insignificantes o más importantes, hacer que se vuelvan perceptibles las formaciones de territorios, los vectores de desterritorialización, los procesos de reterritorialización.




¿Pero no hay acaso también territorios y desterritorializacio-nes que no son sólo físicas y mentales, sino espirituales, no sólo relativas, sino absolutas en un sentido que se determinará más adelante? ¿Cuál es la Patria o el Nacimiento invocados por el pensador, filósofo o artista? La filosofía es inseparable de un Nacimiento del cual dan prueba tanto el a priori como lo innato o la reminiscencia. ¿Pero por qué es esta patria desconocida, está perdida, olvidada, convirtiendo al pensador en un Exiliado? ¿Qué es lo que le devolverá de nuevo un equivalente de territorio como sucedáneo de hogar? ¿Cuáles serán los estribillos filosóficos? ¿Cuál es la relación del pensamiento con la Tierra? Sócrates, el ateniense al que no le gusta viajar, es conducido por Parménides de Elea cuando es joven, sustituido por el Extranjero cuando es viejo, como si el platonismo tuviera necesidad de dos personajes conceptuales como mínimo.1 ¿Qué clase de extranjero hay en el filósofo, con su aspecto de volver del país de los muertos? Los personajes conceptuales tienen este papel, manifestar los territorios, desterritorializaciones y reterritorializaciones absolutas del pensamiento. Los personajes conceptuales son unos pensadores, únicamente unos pensadores, y sus rasgos personalísticos se unen estrechamente con los rasgos diagramáticos del pensamiento y con los rasgos intensivos de los conceptos. Tal o cual personaje conceptual piensa dentro de nosotros, que tal vez ni nos preexistía. Por ejemplo, cuando se dice que un personaje conceptual tartamudea, ya no es un tipo que tartamudea en una lengua, sino un pensador que hace que tartamudee todo el lenguaje, y que convierte el tartamudeo en el rasgo del pensamiento mismo en tanto que lenguaje: lo interesante es entonces «¿cuál es este pensamiento que sólo puede tartamudear?». Otro ejemplo, si se dice que un personaje conceptual es el Amigo, o bien que es el Juez, el Legislador, ya no se trata de estados privados, públicos o jurídicos, sino de lo que pertenece por derecho al pensamiento y únicamente al pensamiento. Tartamudo, amigo, juez, no pierden su existencia concreta, sino que por el contrario adquieren una nueva en tanto que condiciones interiores al pensamiento para su ejercicio real con tal o cual personaje conceptual. No son dos amigos los que se dedican a pensar, sino el pensamiento el que exige que el pensador sea un amigo, para que el pensamiento se reparta en sí mismo y pueda ejercerse. Es el pensamiento mismo el que exige este reparto de pensamiento entre amigos. Ya no se trata de determinaciones empíricas, psicológicas y sociales, menos aún de abstracciones, sino de intercesores, de cristales o de gérmenes del pensamiento.
Aunque la palabra «absoluto» resulte exacta, no hay que creer que las desterritorializaciones y reterritorializaciones del pensamiento trascienden las psicosociales, pero tampoco que éstas se reducen a ello o son una abstracción de ello, una expresión ideológica. Se trata más bien de una conjunción, de un sistema de retornos o de relevos perpetuos. Los rasgos de los personajes conceptuales tienen, con la época y el ambiente históricos en los que aparecen, unas relaciones que únicamente los tipos psicosociales permiten valorar. Pero, a la inversa, los movimientos físicos y mentales de los tipos psicosociales, sus síntomas patológicos, sus actitudes relaciónales, sus modos existenciales, sus estatutos jurídicos, se vuelven susceptibles de una determinación meramente pensante y pensada que les sustrae tanto a los estados de cosas históricos de una sociedad como a la vivencia de los individuos, para convertirlos en rasgos de personajes conceptuales, o en acontecimientos del pensamiento sobre el plano que el pensamiento establece o bajo los conceptos que éste crea. Los personajes conceptuales y los tipos psicosociales remiten unos a otros, y se conjugan sin confundirse jamás.
Ninguna lista de los rasgos de los personajes conceptuales puede ser exhaustiva, puesto que éstos nacen constantemente, y puesto que varían con los planos de inmanencia. Y, sobre un plano determinado, se mezclan categorías distintas de rasgos para componer un personaje. Presumimos que hay rasgos páticos: el Idiota, el que pretende pensar por sí mismo, y se trata de un personaje que puede mutar, adquiere otro sentido. Pero también el Loco, una clase de loco, pensador cataléptico o «momia» que encuentra en el pensamiento una impotencia para pensar. O bien el gran maniaco, uno que delira, que busca lo que precede al pensamiento, un Ya-presente, pero en el seno del pensamiento mismo... Se han establecido a menudo paralelismos entre la filosofía y la esquizofrenia; pero en un caso el esquizofrénico es un personaje conceptual que vive intensamente dentro del pensador y le fuerza a pensar, en el otro es un tipo psicosocial que reprime lo viviente y le roba su pensamiento. Y a veces ambos se conjugan, se abrazan como si a un acontecimiento demasiado fuerte respondiese un estado de vivencia demasiado difícil de soportar.
Existen rasgos relaciónales: «el Amigo», pero un amigo que sólo se relacionaba con su amigo por una cosa amada portadora de rivalidad. Son el «Pretendiente» y el «Rival» que se pelean por la cosa o por el concepto, pero el concepto necesita un cuerpo sensible inconsciente, adormecido, el «Muchacho» que se suma a los personajes conceptuales. ¿Acaso no estamos ya en otro plano, ya que el amor es como la violencia que fuerza a pensar, «Sócrates tes amante», mientras que la amistad pedía únicamente un poco de buena voluntad? ¿Y cómo impedir que a su vez una «Novia» asuma el papel de personaje conceptual, aun a riesgo de correr a su perdición, pero no sin que el propio filósofo se «vuelva» mujer? Como dice Kierkegaard (o Kleist, o Proust), ¿acaso no vale más una mujer que el amigo experto? ¿Y qué sucede cuando la propia mujer se convierte en filósofa? ¿O bien con una «Pareja» que fuese interna al pensamiento y que convirtiera a «Sócrates casado» en el personaje conceptual? A menos que uno acabe reconducido al «Amigo», pero tras una prueba demasiado dura, una catástrofe indecible, por lo tanto en otro sentido nuevo una vez más, en un desamparo mutuo, una fatiga mutua que forman un nuevo derecho del pensamiento (Sócrates convertido en judío). No dos amigos que se comunican y recuerdan juntos, sino por el contrario que pasan por una amnesia o una afasia capaces de hendir el pensamiento, de dividirlo en sí mismo. Los personajes proliferan y se bifurcan, chocan, se sustituyen...



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Libro: Gilles Deleuze - Felix Guattari 
(Qu'est-ce que la philosophie? - ¿Que es la filosofía?)
Ed: Anagrama

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