sábado, 1 de mayo de 2010

La guerra de la ciencia

Una nueva batalla por la autoridad epistémica  

Por: Andoni Ibarra

Unidad Asociada de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología 
(CSIC-UPV/EHU

MOTIVACIÓN
El 21 de marzo de 2001 se organizó una mesa redonda en el Goldsmiths College de Londres con el objetivo de reflexionar sobre la relación entre el arte y la ciencia y el papel desempeñado por ambos en la sociedad actual. El fundador de Proboscis, Giles Lañe, mostraba la común cartografía de la ciencia y el arte a partir de su finalidad cognoscitiva. A su juicio, "es muy interesante mirar a la ciencia como búsqueda de conocimiento. El arte no parece ser parte de la búsqueda de conocimiento, pero de hecho lo es. El arte tiene que ver con entender las cosas de muchas maneras. Puede que alguno de vosotros no esté de acuerdo con el modo en que lo describo, pero una de las cosas fundamentales en relación con el arte es su forma de describir la experiencia humana de vivir en eí mundo e intentar representar eso de modos diferentes y a diversos niveles. [...] el conocimiento acerca de cómo vivimos, nuestra experiencia humana del mundo, es tan parte de la ciencia como la ciencia industrial de la que hemos estado hablando. Tiene mucho que ver con conceptos de ciencia construidos dentro del mundo industrial posterior a la Ilustración, de modo que nuestro concepto de la ciencia está basado hasta límites increíbles en métodos industriales. Creo que necesitamos pensar acerca de cómo llegamos a esas ideas muy fijas acerca de lo que es la ciencia y lo que es el arte, y también acerca de lo que podrían ser esas cosas" (Lañe et al. 2001, p.8).
En esta contribución me propongo tratar de responder parcialmente al reto de Lañe, abordando cómo "llegamos a esas ideas fijas acerca de lo que es la ciencia", es decir, siguiendo la traza de cómo se construye retóricamente la ciencia en tanto que espacio cultural, en un contexto de búsqueda de credibilidad y de disputa sobre su autoridad representativa. Pondré el foco de atención en una reciente contienda acerca de la naturaleza de la práctica y el conocimiento científico. Tal contienda puede interpretarse como una revisión de la tradicional división entre la cultura humanística y la científico-técnica. La pervivencia actual de esta división es nociva para el conjunto de las expresiones culturales.


1.
Un incidente guerrero en el mapa científico  
Cuando en 1996, tras el fallecimiento de quien había sido su fundador y director,
Miguel Sánchez-Mazas, se procedió desde el Consejo Editor de la revista Theoría a reorganizar el Consejo Asesor de la misma, invitando a formar parte del mismo a investigadores de los campos de interés de la revista. Las respuestas fueron en todos los casos positivas, con una excepción. Un reputado filósofo de la ciencia [le llamaremos Prof. Razón], miembro del anterior Consejo Asesor, presentaba a los nuevos editores su renuncia el 15 de febrero de 1996, alegando sus saturadas ocupaciones profesionales, y señalando además que no se "sentiría cómodo en compañía del supercharlatán Bruno Latour [propuesto como nuevo miembro del Consejo]". El Prof. Razón entendía representar en el seno de una subtitulada Revista de teoría, historia y fundamentos de la ciencia las virtudes epistémicas de la razón y la verdad científica frente al relativismo constructivista del postmoderno Latour.
Este pequeño episodio se producía en medio de un hecho, de poca resonancia en nuestro entorno intelectual, pero de gran relevancia sintomática para la configuración de la cultura de nuestros días y del papel que en ella deben desempeñar las ciencias: el suceso conocido como las "
guerras de la ciencia".
En efecto, cuando se trata de ofrecer presentaciones sobre la situación actual de las expresiones del saber, casi siempre se difunden visiones vinculadas con la ciencia natural y la tecnología. La revolución de las ciencias y técnicas de la vida y la de las nuevas tecnologías de la información contribuirían en este sentido paradigmáticamente a la realización de una profunda transformación
-no importa por el momento tratar de establecer su valoración - del medio cultural. Esta cartografía del cambio termina por encubrir otros hechos que están influyendo también en el delineamiento del momento actual, singularmente aquellos hechos vinculados a la vertiente reflexiva del desarrollo de los saberes, es decir, aquella orientada hacia la reflexión acerca de la naturaleza y la función del conocimiento producido.
La última década ha estado dramáticamente atravesada por uno de tales hechos reflexivos sobre la actividad científica: el articulado en torno a la defensa de la ciencia y sus supuestos valores genuinos frente a aquellos que la examinan como un fenómeno histórico, sociológico y cultural.



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Este episodio, conocido como "guerras de la ciencia", puede periodizarse en su periodo álgido (1994-1997) en las trazas siguientes (Qieryn 1999, 337ss):
* En 1994, el biólogo Paul Gross y el matemático Norman Levitt publican en EE.UU. el libro Higher Superstition, en el que defienden la ciencia del ataque de las actitudes anticientíficas promovidas por la izquierda académica conformada por los constructivistas sociales, feministas, multiculturalistas, medioambientalistas y otros relativistas (Gross y Levitt 1994), aunque la polémica había estallado previamente en Europa con la publicación The Unnatural Nature of Science de Lewis Wolpert (Wolpert 1992) y la subsiguiente discusión con el sociólogo de ¡a ciencia Harry Collins.
* La Sociedad Americana de Química desautoriza, a pesar de ser una de sus instituciones financiadoras, la exposición permanente "La ciencia en la vida americana" del Museo Nacional de Historia Americana, poco después de su inauguración en 1994, a causa de la orientación de la exposición más sesgada, según la Sociedad, a mostrar los aspectos negativos de la ciencia (destrucción, polución, etc.) que a privilegiar los beneficios derivados de su aplicación. En esa orientación se habría mostrado, a juicio de la Sociedad, la huella de algunos relativistas postmodernos, miembros del Consejo Asesor de la exposición.
* En 1995 la Academia de las Ciencias de Nueva York organiza el congreso "Flight from Science and Reason" que reúne a científicos naturales con científicos sociales y de las ciencias humanas, muchos de ellos constructivistas, relativistas o de diversas orientaciones postmodernistas que "polemizan obsesivamente contra la ciencia".
* En un número especial titulado "Science Wars" de la revista de estudios culturales Social Text, el físico Alan Sokal publica el artículo "Traspasando las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica" (Sokal 1996a). Sokal pretendía alcanzar conclusiones de relevancia en términos culturales, filosóficos, morales y políticos, partiendo de conocimientos bien establecidos de la física y la matemática, al modo como algunos reputados pensadores (Derrída, Lacan, Lyotard, Irigaray, etc.) construyen sus argumentaciones. Sokal admitió posteriormente que el artículo se planteó como una broma para mostrar el sinsentido de ciertas aproximaciones dominantes en los estudios culturales sobre la ciencia (Sokal 1996b).
* Podrían multiplicarse las referencias "guerreras" que han procurado, desde entonces, profundizar en las divisiones entre ambos lados de la trinchera. Simultáneamente tampoco han faltado intentos de reconciliación desde los dos bandos, tanto en publicaciones como en encuentros y congresos, así como en grupos de trabajo en los que se pretende contribuir a una comprensión más objetiva de la ciencia (cfr. Gieryn 1999, p. 339).


Utilizaré una terminología "guerrera" para designar a ambos bandos: los defensores para aquellos comprometidos en la defensa de la.primacía epistémica de la ciencia, y los atacantes, para aquellos que la analizan como un fenómeno histórico, sociológico y culturaimas. ¿Qué opone a defensores y atacantes? En primer lugar aparente, algunas trifulcas vinculadas a contingencias como la obtención de recursos materiales, el prestigio académico o el poder social. ¿Cuál era la situación de la academia científica norteamericana? El informe de Vannevar Bush, presidente de la Oficina para la Investigación Científica y el Desarrollo de los EE.UU., "Ciencia: la frontera sin fin", sentaba las líneas maestras para la futura política científico-tecnológica norteamericana (Bush 1945). El mensaje era claro: la ciencia estaba cooperando decisivamente a la victoria de la II guerra mundial, y contribuiría también a trazar la hegemonía de EE.UU en el mundo. La condición para ello era preservar la autonomía de la ciencia, coadyuvando con los presupuestos nacionales a que la ciencia pudiera desarrollarse sin interferencias, regida por las virtudes y normas de su comunidad científica. En este modelo, dominante a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX en los países industrializados, los científicos preservan su autonomía con respecto a los poderes económicos, políticos o militares que costean sus investigaciones. Según algunos atacantes, la situación actual de los científicos naturales y tecnólogos es muy diferente a la de esa "Edad de Oro" anterior. La creciente Importancia de la industria en la gestión de la investigación está teniendo efectos directos entre los científicos: la proietarización del trabajo científico en la producción comercial, la dependencia de la industria en la obtención de financiación, la disminución de los recursos provenientes de agencias públicas, etc. También se ha apuntado como razón de la sobre-representación de físicos en el episodio guerrero al hecho de la "marginaiización de los físicos en la post-guerra fría tanto en la academia como en la Industria" (Schweber 1997, 73).
Podrían aducirse más razones para explicar la entrada de los científicos naturales en el campo de batalla. Los defensores, por su parte, restan valor a las mismas y argumentan enfáticamente la finalidad altruista de su misión en el mundo. Ciertamente, este tipo de argumentaciones no son desdeñables para mostrar algunos aspectos de la guerra, pero no son suficientes para descubrir una oposición más profunda que la meramente contingente que parece detectarse. Deberíamos requerir una caracterización del campo de batalla algo más precisa que una concepción vaga de algunos aspectos sociales de la ciencia y de su misión.
Podemos describir ese campo de manera más sustancial retinando la comprensión que los oponentes tienen de la ciencia. Ello nos permitiría adscribirlos a alguno de los dos campos. ¿Qué es la ciencia? ¿algo esencialmente cultural o esencialmente natural? Según los defensores de la ciencia es algo esencialmente natural: tiene que ver con manipulación de fenómenos, con predicciones empíricas, con aplicaciones tecnológicas. En suma, con el mundo. Y, por tanto, como señala enfáticamente el defensor y premio Nobel de física Steven Weinberg: "si los científicos hablan sobre algo real, lo que dicen es o bien verdadero o bien falso. Sí es verdadero, ¿cómo puede depender eso del medio social del científico?" (S. Weinberg, New York fiéview of Books, 8 de agosto de 1996, 14). Los factores culturales no son relevantes para los aspectos epistémicos, genuinos de la ciencia. Sólo pueden hacer una contribución trivial. De nuevo Weinberg, matizando sus afirmaciones anteriores, cualesquiera que hayan sido las influencias culturales que hayan estado presentes en el descubrimiento de las ecuaciones de Maxwell se han eliminado, como la escoria del metal. Las ecuaciones de Maxwell las entiende ahora del mismo modo cualquiera que tenga una comprensión válida de la electricidad y del magnetismo. Así, los trasfondos culturales de los científicos que descubrieron tales teorías han pasado a ser ¡rrelevantes para las lecciones que podemos extraer de tales teorías (S. Weinberg, New York Review of Books, 3 de octubre de 1996, 56).


Los atacantes, por el contrario, sostienen que la manipulación de los fenómenos, la realización de predicciones empíricas o la construcción de sistemas tecnológicos se dan siempre en complejas estructuras comunitarias de científicos, con sus recursos materiales y teóricos, y más allá de ellas, en contextos sociales más amplios en los que se integran aquellas comunidades. El estudio de éstas y de sus interacciones con otras agencias no-científicas- permite obtener una comprensión más cabal de la actividad científica y de sus logros y descubrimientos. Los defensores han hecho una interpretación inadecuada de este carácter cultural de la ciencia, reduciéndolo a la caricatura de algunas actitudes radicales, como la del constructivismo social del Programa Fuerte (Barnes, Bloor y Henry 1996), que niegan toda intervención de la agencia natural en la explicación de las prácticas y hechos científicos. Simétricamente, también desde el bando atacante se ha delineado la trinchera defensiva parodiando y caricaturizando su posición como cientificista, una ideología de la ciencia que la constriñe al dominio de la naturaleza y "separa radicalmente la ciencia de la cultura" (Norton Wise, New York Review of Books, 3 de octubre 3 de 1996, 55).
La contraposición naturaleza/cultura dicotomiza dos conjuntos estereotipados de posiciones que encubren una variedad mucho más diversa de actitudes en ambos movimientos, ignorando aquellos aspectos irreductibles a esa contraposición. De hecho, pocos serían los guerreros de un bando u otro que pudieran sentirse identificados con las posturas más radicales identificadas en tales estereotipos. Pocos serían, por ejemplo, los atacantes que se vieran identificados por la caracterización que Weinberg hace de ellos como "negadores de la realidad objetiva". El mismo Weinberg admite que no se opone a las consideraciones metaforicas de la ciencia o, como él las llama, a las "inspiraciones" que pueden obtenerse de ella (S. Weinberg, New York Review of Books, 3 de octubre de 1996, 55).
¿Cómo trazar entonces una cartografía más adecuada del campo de batalla cuando se admite la validez de la ciencia como modelo de racionalidad y se asume la contextualización cultural de las prácticas científicas y de sus resultados? En suma, cuando se está aceptando la credibilidad de la ciencia como algo dado. El eje de la disputa no es el reconocimiento o no de esa credibilidad, sino la ampliación de sus fronteras a nuevos ámbitos disciplinares, singularmente a aquellos no pertenecientes a las ciencias de la naturaleza. Una guerra librada en nombre de la conquista de la autoridad epistémica para fijar los límites de las fronteras de la credibilidad científica.
Seguir leyendo...2. La naturaleza episódica de las guerras de la ciencia
Si se interpreta el campo de batalla como un lucha de poder por la autoridad epistémica, las posiciones defensora y atacante pueden describirse como sigue:
(I) A juicio de los defensores, una parte de las ciencias humanas y sociales -en especial la de estirpe francesa- aparece como carente de sentido o como mera charlatanería, como performances en las cuales los profetas organizan un espectáculo con retazos poco o nada entendidos de la matemática o la ciencia empírica. Esta actitud evoca una impostura intelectual: ¿Es legítimo utilizar metafóricamente, termina por preguntarse Sokal, conceptos de las ciencias naturales y de la matemática, fuera de su contexto (Sokal y Bricmont 1997)? Esas ciencias se visten con vestidos inadecuados que sólo sirven para encubrir su propia incompetencia. No es difícil generalizar este diagnóstico para pasar de la atribución del sinsentido a esa parte de las ciencias sociales y humanas a inducirlo al conjunto de los científicos del campo cuando hacen uso de herramientas conceptuales y metodológicas de la matemática y la ciencia natural.
(II) Ajuicio de los atacantes, las ciencias humanas y sociales procuran un concepto de "objetividad" distinto del de la ciencia natural, en cuanto que es esencial al conocimiento su carácter de constructo social fuertemente dependiente del contexto de su producción. En cambio, la imagen de la ciencia de los defensores reduce el valor de la contextualidad e impugna con frecuencia la tesis de la contingencia, esto es, la afirmación de que podría haberse desarrollado una ciencia esencialmente distinta de la que conocemos, la cual ofrecería una representación esencialmente distinta del mundo en que vivimos (Pickering 1995). Esta es una imagen poco realista de la ciencia y de las capacidades que faculta en tanto que empresa humana. Los estudios culturales de la ciencia, por el contrario, conciben el conocimiento de la ciencia primariamente como conocimiento de los científicos. La credibilidad epistémica de este estudio está justificada de manera semejante a como lo está el estudio de una comunidad practicante de la brujería o de determinadas creencias religiosas.
Los científicos naturales acusan a los atacantes de analfabetismo científico; estos últimos censuran la inflexibilidad epistemológica de los defensores. En primera línea, una lucha por la autoridad epistémica, por quién dispone las fronteras de la credibilidad científica.
La tesis principal que quiero sostener aquí es que el episodio de las "guerras de la ciencia" es sólo un síntoma de una relación de disputa permanente entre las ciencias de la naturaleza y las de la cultura, una disputa que se reproduce intermitentemente, y que ha sido desde siempre un motivo de reflexión filosófica centrado en el trazado de los límites de la credibilidad epistémica de las ciencias. Las actuales "guerras de la ciencia" son un momento más de esa disputa. Un momento en gran parte malinterpretado, porque su retórica se ha situado en el exterior de la conflictiva relación histórica entre las ciencias. Comprenderlo cabalmente requiere conocer el trasfondo histórico de esa relación.
Por ejemplo, hace poco más de cuatro décadas se producía otro episodio con un amplio reconocimiento social: Snow distinguía entre la inteligencia literaria y la de las ciencias naturales (Snow 1959). También entonces hubo contribuciones de enconamiento e intentos de conciliación entre las dos inteligencias o culturas. Existe naturalmente una solución sencilla: la metáfora siempre válida del espectro. En esa dirección se ha propuesto identificar no dos sino tres culturas; a las dos anteriores se añadiría la técnico-humanística (Brockman 1996). Este tipo de propuestas son bienintencionadas pero poco realistas. En realidad no permiten articular ningún "paso" de unos intereses cognoscitivos a otros. Sin embargo, parece plausible esperar que la conciliación de las ciencias de la cultura y de la naturaleza no tenga que resolverse en un mero fíat.
Episódicamente, por lo tanto, emergen nuevas luchas en el campo de batalla de las ciencias, que alcanzan una notable repercusión pública. El diagnóstico es poco alentador: por un lado, los intentos de contraposición entre las ciencias naturales y las huma-nas-sociales son infecundos y frecuentemente, como se ha dicho ya, adquieren un aire caricaturesco, de charlatanería, o a lo sumo de retórica inefectiva; por otro lado, los intentos de conciliación adquieren también cierto aire desiderativo superficial, que se realiza en la rápida construcción de espectros del conocimiento -o de nuevas "culturas"- que rebasen la contraposición inicial. Casos como los de Snow y Sokal parecen adecuarse al diagnóstico.


3. ¿Y LA FILOSOFÍA?
La contraposición de las "dos culturas" ha tenido históricamente una aprobación muy reducida. Tres son las actitudes más generales: (I) la de quienes la interpretan como el reflejo de una situación contingente de los desarrollos científicos, destinada a ser superada, (II) la de quienes la interpretan como expresión de la condición humana siempre imperfecta, y (III) la que la asocia simplemente con un "mito" sin existencia real.
Las tres actitudes terminan por trivializar la cuestión. Sin embargo, el problema de la relación entre las ciencias sociales-humanas y las de la naturaleza perdura al menos desde hace siglo y medio y su (di)soluclón no parece tarea fácil. No lo es, en particular, si lo interpretamos como una quimera sin correspondencia con la realidad de los conocimientos existentes, o como expresión de una división trágica entre la naturaleza y la cultura, una división que nuestras sociedades deberían arrostrar sin esperanza de mejora.
Se debería reconocer mas bien que la relación entre los dos dominios de las ciencias es un problema de naturaleza científica, epistemológica y social que podemos abordar de manera más o menos adecuada. El último episodio de las "guerras de la ciencia" no es con seguridad la mejor manera de analizar la relación entre los dos dominios. Pero es un indicio de la existencia del problema.
Las ciencias históricas nos han enseñado que se puede analizar mejor un problema si lo situamos en su trasfondo histórico. A mi entender, el estado ¡nsatisfactorio del debate actual, tal como se ha manifestado en el último episodio, se debe en gran parte al olvido de los guerreros de ese trasfondo histórico. El análisis epistemológico de la relación entre las ciencias de la naturaleza y las sociales y humanas ha articulado axialmente a la historia del pensamiento desde la mitad del siglo XIX. Durante muchas décadas la finalidad de ese debate se situó en la delimitación de la credibilidad científica y la contribución de la ciencia a otros objetivos sociales. En ese debate intervinieron centralmente filósofos de orientación diversa, pero también en sus primeras fases científicos naturales preocupados por cuestiones epistemológicas como Helmholtz, Haeckel, Ostwald o du Boys-Reymond o científicos de ambos dominios, interesados por los fines societales de la educación científica (Fuller 1994). Lo que adjetiva genuinamente el episodio más reciente de las guerras es la vinculación del lineamiento de la credibilidad científica a la previa determinación de la representación de la autoridad científica.
En lo que sigue procuraré mostrar algunos hitos de ese proceso histórico del debate por la configuración de la cartografía de la credibilidad científica. Forzosamente la identificación habrá de ser breve y mencionaré tan sólo algunos problemas singularmente relevantes para una comprensión más cabal del trasfondo de la última batalla entre las ciencias. Una primera aproximación a los problemas nos permitiría detectar en ese trasfondo de siglo y medio diversos momentos que facultan una comprensión diferente de la relación entre los dos dominios científicos: como fases de guerra explícita, en unos casos, o larvada, en otros.
1. La finalidad cultural de la ciencia. Al menos desde mediados del siglo XIX hasta la finalización de la II guerra mundial puede identificarse una nítida pretensión de equiparar epistémicamente a las ciencias sociales y humanas con las ciencias naturales, sobre la base del papel positivo de la ciencia en el conjunto de los fines societales. La utopía del neokantismo, la fenomenología, el empirismo lógico del Círculo de Viena y de una buena parte de los científicos y artistas de esa época, se centraba en producir una comprensión adecuada del conjunto de la ciencia y de su relación con la filosofía y el arte, para contribuir desde ella a la construcción de una cultura científicamente pensada. La distinción entre cultura (dominio de lo socio-humanístico) y civilización (dominio de lo científico-técnico), a la que se hará mención más abajo, se opone de manera radical a esa comprensión de la misión cultural de la ciencia (Spengler 1917-22).
2. Demarcaciones en las ciencias. El análisis de las lógicas y rasgos específicos de las ciencias culturales (Kulturwissenschaften) e históricas, y sus diferencias con las ciencias naturales fue objeto de estudio sistemático en la corriente filosófica neokantiana de finales del XIX y comienzos del XX (Windelband, Rickert, Cassirer), sin pretender derivar de ello la deslegitimación o exclusión de ninguna disciplina del mapa científico (Rickert 1915). Cuestiones como la distinción entre explicar y comprender como acciones asociadas, respectivamente, a las ciencias naturales o a las Kulturwissenschaften, o como la caracterización de las ciencias históricas sobre la base de la distinción entre ciencias nomológicas y ciencias ideográficas, estaban a la orden del día. Esta preocupación por la lógica específica de las ciencias humanísticas revivirá posteriormente no sólo en la filosofía, sino también, de manera quizás más explícita, en la sociología, con Weber y Mannheim y con propuestas de demarcación basadas por ejemplo en la distinción entre ciencia sin valores y ciencia con valores.
3. La unificación de la ciencia. El empirismo lógico del Círculo de Viena propuso en la década de los treinta una concepción unificadora del conjunto de la ciencia. Esta propuesta de unificación de la ciencia se ha malinterpretado con frecuencia en un sentido reductivista: con ella se pretendería unificar tanto las ciencias de la naturaleza como las culturales sobre la base de un fisicalismo rígido, reduciendo los lenguajes específicos al lenguaje de la física. En realidad el proyecto pretendía servir a los fines emancipadores de la ilustración social, tratando de resolver el problema de la participación del conjunto de la sociedad en las decisiones que rigen el desarrollo científico y técnico (Ibarra y Mormann 2003). El problema participativo se reformulaba finalmente como un problema de planificación lingüística que permitiera el acceso de expertos y legos al conjunto de saberes disponibles.
4. La relativización del conocimiento. Tradicionalmente la filosofía ha sostenido una concepción de privilegio epistémico para el conocimiento: según ella, el conocimiento es una creencia verdadera, justificada. El lugar natural de ese conocimiento sería el de la filosofía y las ciencias. Pero a lo largo del siglo XX la filosofía se ha alejado de esa idea. Hoy la filosofía cuestiona, tanto para sí misma como para la ciencia natural, las propiedades esenciales tradicionalmente atribuidas a la verdad y la justificación. Para los filósofos actuales es común aceptar que todos los resultados de las ciencias empíricas son revisables y sólo aproximativamente válidos, y que el objetivo del proceso de investigación científica no es describible como la búsqueda de una verdad general atemporal (Olivé 2000). Las constricciones epistémicas, sociológicas e históricas asociadas al conocimiento son interpretados por los científicos naturales, en general, como relativizaciones inadmisibles de sus postulados cognoscitivos.
5. La sociologlzación del conocimiento. El conocimiento ha sido desde siempre un tema natural del estudio sociológico. Durkheim procuró explicitar las condiciones sociológicas del conocimiento y Mannheim las del conocimiento de las ciencias históricas y sociales. La sociología parecía asignar al conocimiento de la ciencia natural un estatus epistémico autónomo y, por vía de consecuencia, irrelevante para el interés del análisis sociológico. En la década de los setenta, sin embargo, algunos enfoques sociológicos -singularmente, el Programa Fuerte antes mencionado- se aproxima al estudio de la ciencia natural desde la consideración puramente epistémica del conocimiento producido: la ciencia natural produce creencias, no verdades. En base a un principio de simetría, los estudios sociales de la ciencia analizan de manera concordante las creencias verdaderasy las falsas, cuestionándose de este modo el precedente estatus privilegiado de las ciencias naturales en relación a las sociales (González de la Fe y Sánchez Navarro 1988).
6. La equiparación del conocimiento. Rorty es un reputado filósofo neopragmatista ocupado en promover un proyecto cultural unitario de naturaleza policéntrica, que integre no sólo las ciencias naturales y sociales-humanas, sino también la religión, el arte y la filosofía. A diferencia de la epistemología tradicional y de la autocomprensión de los científicos, Rorty caracteriza la ciencia no como una representación -más o menos precisa- del mundo o de la realidad, sino como una forma de justificación social de creencias, en cierta manera similar a otros tipos de justificaciones presentes en todos los modelos posibles de discurso. Consiguientemente, la diferencia entre una teoría de la ciencia natural y un discurso sobre juicios estéticos queda "nivelada", no es una diferencia esencial. Rorty plantea dos tendencias niveladoras en el pragmatismo: una que propugna equiparar la ciencia al resto de la cultura, y otra que procura hacer científica a la cultura, equiparando ésta a las ciencias. Rorty adopta la primera opción y esto entra en conflicto con las expectativas de los científicos practicantes. Un pragmatismo más científico promovería una mayor posibilidad de acercamiento (Saatkamp, ed., 1995).
7. La naturalización de la epistemología. Los científicos naturales afirman una pretensión de representación de la autoridad sobre el campo de la ciencia. A lo largo de la historia esta afirmación ha encontrado apoyos en otros ámbitos. Los proyectos de naturalización de la epistemología y la filosofía de la ciencia son algunos de ellos. Ya en la década de los treinta, algunos miembros del Círculo de Viena (Neurath en primer término) cuestionaban la pretensión fundamentadora o legimitadora de la teoría filosófica tradicional del conocimiento. En la década de los cincuenta este cuestionamiento adquiere carta de naturaleza en el proyecto de Quine de naturalizar la epistemología. Esta naturalización propugna la suplantación de la teoría filosófica del conocimiento por la psicología cognitiva. Desde entonces se han propuesto diversas líneas de naturalización: una modulada en el seno de la teoría biológica evolucionista, otra encapsula la explicación de los fenómenos cognoscitivos en los desarrollos de las ciencias y técnicas informáticas (Kornblith, ed., 1985). Lo relevante en el presente contexto es que todas ellas se orientan en una misma dirección: la impugnación de la teoría del conocimiento, y en general de cualquier teoría cultural del conocimiento, como instancias privilegiadas para la fundamentación del conocimiento. En la interpretación más caritativa, ellas serían prototeorías o formas intuitivas (poco desarrolladas) de las teorías del conocimiento en sentido estricto, es decir, de teorías del conocimiento situadas en el ámbito de las ciencias naturales.
8. La matematización de las ciencias. Una interpretación restrictiva del denominado proceso de matematización de la ciencia utiliza a éste como criterio de delimitación: la matematización de una disciplina es suficiente evidencia para no adscribirla a las ciencias culturales. La evocación del dictum de Galileo es natural: es el libro de la naturaleza, no el de la cultura, el que está escrito en caracteres matemáticos. Pero esta conclusión es apresurada. Podrían acumularse ejemplos de teorías económicas, sociológicas o psicológicas construidas con herramientas metodológicas y conceptuales de la matemática y que tienen sus campos de aplicación en sistemas humanos o culturales. De ahí que puedan cualificarse también como "matematizadas" teorías de las ciencias culturales. Sin embargo, esta cualificaclón no deja de ser controvertida, sobre todo para ciertos defensores radicales.
9. La comprensión de las ciencias en su contexto. Algunos enfoques actuales de los estudios culturales de la ciencia sitúan las relaciones entre las ciencias en su propio contexto de producción. Las ciencias se relacionan entre sí en determinados contextos sociales y culturales. En ellos se produce una multiplicidad de contactos y acciones de intercambio locales que hacen a menudo anticuadas las distinciones disciplinares tradicionales. Así, Galison ha mostrado que existe una multitud de zonas intermedias entre las ciencias, que derivan de la existencia de nuevos contenidos y materias interdisciplinares y transdisciplinares (Galison 1997). No parece razonable pensar que la necesaria "orquestación" de las ciencias requerida por las nuevas situaciones involucre únicamente a las del dominio de la ciencia natural. Más bien podría proponerse una orquestación de perspectivas científicas, naturales y culturales, así como de otras provenientes de la propia filosofía y el arte. En esta orquestación se quiebra la tradicional distinción funcional que asocia exclusivamente a la filosofía la función reflexiva del conocimiento. El arte, la filosofía, pero también las disciplinas científicas están comprometidas actualmente en esa actividad reflexiva sobre su propia actividad. Creo que esto es aplicable a los nuevos arquetipos de producción científica como el proyecto de identificación del genoma humano o los asociados al campo de la química biofísica.
10. La ciencia como práctica cultural. Ya advertimos antes de la distinción spengleriana entre cultura y civilización: en la primera rigen los saberes culturales, en la segunda los naturales. Esta distinción tiene un efecto desintegrador porque de ella se sigue con frecuencia que la educación es la función social genuina de las ciencias culturales. Esta reducción funcional de las ciencias culturales a una educación meramente compensatoria tiene su correlato en la desvalorización del conocimiento de la ciencia natural a un mero "interés técnico de conocimiento" (Habermas, 1968). Con esta fatal división funcional se merma la posibilidad de una sociedad y cultura modernas, "marcadas" científicamente -es decir, culturas en las que lo cultural y lo técnico, el artefacto y la persona no pueden diferenciarse ya en la manera tradicional. En correspondencia, las ciencias culturales -y la filosofía o el arte- carecen de competencia en la formación de lo que Jaspers llamaba la "situación intelectual de nuestro tiempo". Reconocer la multiplicidad y heterogeneidad de dimensiones sociales esenciales como la educación, la comunicación y la realización técnica de las ciencias constriñe a situar las relaciones entre los saberes de los diversos dominios científicos - y más allá de ellos, de los filosóficos o los artísticos - en situaciones y procesos más complejos que los que han diseñado el campo de batalla de los defensores y atacantes del último episodio guerrero de la ciencia. La mera posibilidad de una cultura "marcada" científicamente requiere de la orquestación de estilos de pensamiento y lenguajes distintos de las ciencias naturales y culturales -y de la filosofía y el arte-, de su puesta en armónica conexión.
Esta relación de problemas y orientaciones debería ser suficiente para mostrar la inadecuación de dos posturas extremas: la que niega la diferencia entre los dos campos de la ciencia, la natural y la cultural, y la que establece una distinción metodológica rígida entre ambos campos. Ni la determinación de fronteras disciplinares rígidas ni la eliminación de las diferencias disciplinares incorporan un avance para la cultura "marcada" científicamente. La lección de Foucault es aquí pertinente: la comprensión de la transformación histórica constructiva de las fronteras tradicionales de los saberes puede contribuir a reconocer intereses comunes provenientes de campos diversos.


Conclusión
Las palabras iniciales de Giles Lañe ponían en primer plano el problema de la integración del conocimiento. En esta contribución he procurado mostrar que la caracterización de lo científico se realiza en un contexto de credibilidad disputada y de combate por la autoridad representativa en "la" ciencia. Combate entre los representantes de dos campos científicos.
Creo que es razonable pensar que el estudio de las relaciones entre ambos campos vamás allá de una discusión meramente académica, pues tiene que ver con la organización del papel de las ciencias en la sociedad -y sin duda la nuestra es una sociedad articulada por la ciencia/técnica y lo seguirá siendo durante un tiempo.
La vía de solución a explorar es la organización de espacios locales que, como se ha sugerido brevemente al mencionar el proyecto del genoma humano, faculten la estructuración de intercambios permanentes de saberes, que permitan relaciones de cooperación -limitadas y locales- entre los diversos estilos y lenguajes de las ciencias -y más allá de ellos, con las plurales expresiones de la filosofía y el arte. Para ello, no se requiere de un acuerdo total entre esos estilos y expresiones; es suficiente con que se acepten algunas reglas para establecer las relaciones.
La cuestión, en definitiva, es si la sociedad puede gestionar la actual situación de incomunicación o de guerra entre las ciencias o si esa situación puede devenir "peligrosa" para los fines de una sociedad culturalmente avanzada. Retos actuales, como las investigaciones en ciencias y técnicas de la vida o la relativa a la denominada "sociedad del riesgo", hacen cada vez más patente la necesidad de un proceso de integración cognoscitiva que comprenda no sólo los conocimientos científicos sino otras formas de representación de nuestro mundo como los del arte y la filosofía.


Referencuas Bibliográficas:
- Barnes, Barry, Bloor, David, Henry, John, 1996, Scientific Knowledge: A Sociological Analysis, Chicago, The University of Chicago Press.
- Brockman, J. (ed.), 1996, La tercera cultura. Más allá de la revolución científica, Barcelona, Tusquets.
- Bush, Vannevar, 1945, "Ciencia, la frontera sin fin", Redes. Revista de estudios sociales de la ciencia, n° 14 (1999), 91-137.
- Fuller, Steve, 1994, "Retrieving the Point of the Realism-lnstrumentalism Debate: Mach vs. Planck on Science Education Policy", PSA 1994, vol. 1, ed. por D. Huí!, M. Forbes y R.M. Burian, East Lansing, Mi., Philosophy of Science Association, 200-208.
- Galison, Peter, 1997, Image and Logic: A Material Culture of Microphysics, Chicago, The University of Chicago Press.
- Gieryn, Thomas F., 1999, Cultural Boundaries of Science, Chicago, The University of Chicago Press.
- González de la Fe, Teresa, Sánchez Navarro, Jesús, 1988, "Las sociologías del conocimiento científico", REÍS 43, 75-124.

















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